*Artículo originalmente publicado en la web de la Fundación Salud y Comunidad.
Por Berta Portero Méndez, educadora social y técnica referente de infancia en el Espai Ariadna de la FSC.
Tras mi experiencia como educadora social en diferentes centros de menores, llegué y hoy me encuentro trabajando en el Espai Ariadna, iniciativa de la Fundación Salud y Comunidad (FSC) creada para dar respuesta en un entorno seguro a las necesidades del tratamiento residencial detectadas, derivadas de la intersección de las problemáticas de la violencia machista y las adicciones en las mujeres y sus hijos e hijas.
Me hizo especial ilusión ser la referente de infancia y trabajar directamente con la familia, ya que anteriormente no había tenido la posibilidad de trabajar con ella, junto con los y las menores.
Una tarde a la semana creo con las criaturas, que viven con sus madres en el recurso, un espacio donde poder tratar diferentes aspectos de su vida cotidiana como, por ejemplo: la autonomía, la resolución de conflictos, la igualdad de género y la gestión de emociones, entre otros.
Hace tres meses aproximadamente decidí crear un nuevo espacio. El anterior estaba ubicado en uno de nuestros pisos, con lo cual podían interferir situaciones externas a la actividad. Por este motivo, surgió la idea de disponer de un espacio propio, al cual denominé Espai emociona’t. Este se ubica en una sala de biblioteca, grande y luminosa, donde se trabajan los aspectos mencionados anteriormente mediante juegos, actividades de lectura, pintura, música, manualidades, etc.
Durante estos meses, hemos trabajado las emociones básicas, cómo las gestionamos y cómo podemos aprender a hacerlo de una manera sana, con la cual no nos hagamos daño a nosotras mismas ni a las demás personas. Para acompañarnos en este recorrido, hemos utilizado el libro “El monstruo de colores”.
En el Espai emociona’t, hablamos de cómo nos sentimos y nos permitimos sentir, tanto emociones agradables como desagradables. Creo que esto último es muy importante, ya que es muy habitual la práctica errónea de negar las emociones, y así de mayores nos convertimos en analfabetos emocionales. Desgraciadamente, “vivimos en una sociedad que no nos educa para ser personas emocionalmente inteligentes” (Daniel Goleman). Por ello, creo firmemente que es fundamental educar en la inteligencia emocional desde bien pequeños/as.
La edad de las niñas y niños con los que contamos ahora en el servicio es de uno a cinco años. Muchas veces se dispersan porque llegan nerviosos/as o simplemente, con las emociones a flor de piel, pero una vez se integran en la dinámica, se implican y se divierten. Eso sí, cuando surgen conflictos, procuramos solucionarlos desde el respeto, trabajando cómo se han sentido, pensando qué posibles soluciones existen, y cuál es la más adecuada. Mi papel en el conflicto es de mediadora.
Paralelamente, hago tutorías maternales y tutorías conjuntas materno-filiales, para reforzar algún aspecto que demanda la madre o en el que observamos dificultades en las que las podemos acompañar. Considero importante darle continuidad a esta labor e ir trabajando objetivos concretos para que, poco a poco, las madres logren los cambios que se han propuesto.
Para mí, es un trabajo gratificante y bonito, también laborioso y a veces complejo. El motor que me mueve es el amor, las ganas y la motivación por seguir educando desde la igualdad y la inteligencia emocional, aunque estos proyectos por el momento son minoritarios.
No obstante, sumando hacemos más fuerza y seguiremos trabajando en ello.