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Noctámbulas / Noticias

La fuerza de lo sutil: la violencia en espacios de ocio, un asunto colectivo

La fuerza de lo sutil: la violencia en espacios de ocio, un asunto colectivo

Inés Giménez Delgado @Inesikah*

Vestido de novia, de Pierre Lemaitre, es el relato de un acoso que, a través de la alteración de los hábitos cotidianos, conduce a la protagonista a desconfiar de sus propios sentidos, algo conocido como “luz de gas” (gaslighting) por la película de Hitchcock. De forma subrepticia el libro también describe un patrón progresivo de indefensión aprendida, individualismo y desconexión con el cuerpo. La relación entre lo allí narrado y la sumisión química con fines de violación sexual, descrita por primera vez en 1982 para referirse a la administración de un producto a una persona sin su conocimiento con el fin de provocar una modificación de su grado de vigilancia, de su estado de consciencia y de su capacidad de juicio no es evidente, pero sí profunda.

Si bien la primera descripción de la sumisión química se hizo a partir de casos que involucraban benzodiacepinas, este concepto también se utiliza en aquellos en los que la víctima ha recibido sin su consentimiento otras drogas que pueden generar merma de la voluntad. En este saco algunos titulares meten erróneamente a sustancias con propiedades muy diferentes: nada que ver los efectos del con los de la cocaína, las anfetaminas, el ácido oxíbico o GHB, el MDMA, el alcohol, la ketamina, el estramonio, la escopolamina, el nitrito de amilo “poppers” e incluso drogas psicodélicas, como el LSD y la psilocibina. Muchas de ellas no producen  la pérdida de atención, la desorientación temporal-espacial o la amnesia anterógrada que de alguna manera es requerido para anular la voluntad. El reciente alarmismo mediático frente a sustancias psicoactivas de pomposo renombre, y en particular la burundanga (escopolamina), nos habla de las tendencias sociales proclives a crear miedos y desinformar en vez de brindar los elementos necesarios para la toma de decisiones informada y plena.

A pesar de que, según cifras recolectadas por instituciones como el European Monitoring Centre for Drugs and Drug Addiction (EMCDDA), la incapacidad de dar consentimiento en violencia sexual suele estar relacionado con el consumo excesivo de alcohol (17% de los casos de violencia sexual  registrados frente al 6% donde la sumisión química se relacionaba con otras drogas[1]), el foco de atención mediática se ha sido puesto en sustancias relativamente marginales, como la escopolamina. Este alarmismo no sólo distorsiona la imagen que existe sobre los verdaderos patrones de consumo y de riesgo, sino que también esconde elementos clave para encontrar soluciones a estas violencias, pues la violencia sexual en entornos festivos no es sino una manifestación de violencias estructurales más profundas. Por un lado está la necesidad de hacer frente a la violencia de género incrustada en la sociedad; para lo cual es necesario desenmascarar la doble moral que estigmatiza la conducta de las víctimas, tanto en sus relaciones con el sexo como con las drogas.  El “ella se lo buscó” de toda la vida que a día de hoy adquiere nuevos matices.

Para Ceci García Ruiz, especialista en género y derechos humanos, y quien por más de diez años trabajó en la organización mexicana de reducción de riesgos Espolea, estos casos también requieren una intervención del entorno y una respuesta colectiva. Esta respuesta, íntimamente ligada con la autodefensa feminista, pasa también por la generación de alianzas con actores masculinos, que desnormalicen estas violencias y puedan reaccionar ante ellas, ya sea en su calidad de actores, espectadores o dueños de locales. “La dificultad y el reto están en acabar con la normalización de la violencia contra las mujeres por parte de todos los actores – apunta –  se hace mucho más difícil comprometer al espectador en estos ambientes en la lucha contra la violencia y de asumirse como parte del problema y de la solución. Además, hay una responsabilidad de los dueños del espacio donde esta violencia sucede para intervenir, pero esa responsabilidad está como vedada. Tendríamos que empezar a hablar de una política pública en torno a la reducción de la violencia de género y también a la reducción de riesgos en el consumo de drogas, para que este pueda ser hecho de forma segura e informada.”

Para Ceci García, el debate de la sumisión química muchas veces deja de lado que los consumos de determinadas sustancias que pueden funcionar como “Drogas Facilitadoras del Asalto Sexual (DFAS)” no son forzados, sino voluntarios, particularmente el alcohol. ¿Cómo se regula y previene eso? La clave está en la comunidad. Sin embargo, en países con altos índices de violencia, como México, estos temas quedan en un segundo plano e, incluso, son utilizados por la sociedad y por instituciones de procuración de justicia para culpabilizar a las víctimas, “que salen de fiesta y no se cuidan” o cuya conducta “se vuelve cuestionable justificando la agresión”. Este fue el caso recientemente de Lesvy Osorio, una joven que fue asesinada a principios de mayo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y sobre quien la Universidad y la Procuraduría General de la República en vez de iniciar y colaborar en investigaciones inmediatas, emitieron juicios de conducta que los medios de comunicación reprodujeron acríticamente: “había consumido alcohol”, “había consumido droga”, “no pertenecía a la universidad”, etc.

Gracias a movimientos estudiantiles feministas, su caso ha sonado. Sin embargo, muchos de los miles de feminicidios (tan sólo en 2015 hubo 2.555) y de violaciones sexuales quedan en el silencio y la impunidad, como quedan sin atender los patrones de la violencia: la mayoría de los feminicidios sucede a manos de una pareja, expareja, amigo o conocido. De forma aberrante, tanto los medios como las instituciones de procuración de justicia los justifican: la hora, el lugar, la ropa, la conducta, las drogas, en realidad “no fue para tanto”. En el Estado español, donde los índices de violencia son mucho menores (44 mujeres asesinadas a manos de sus parejas en 2016) y la impunidad para crímenes machistas también es más reducida, la falta de políticas de prevención integral perpetúa estos crímenes y ha de discutirse si su cobertura sensacionalista los alimenta. Además, habría que preguntarse hasta qué punto dispositivos de mercado que conducen a la cosificación de los cuerpos aunados con una creciente (aunque encubierta) moral neoconservadora, incrementan estas violencias.

En el caso de la violencia sexual en entornos festivos, encontramos políticas públicas contradictorias. Mientras muchas están puestas en el agresor, sancionando los delitos una vez se han cometido hay una sorprendente escasez de medidas preventivas. Y cuando los crímenes ya han sucedido, los tiempos de la justicia son largos y a menudo están regidos por lo que Alda Facio ha denominado androcentrismo jurídico. La carga de la prueba a menudo es dificultada por los episodios de amnesia vividos por la víctima cuando ha habido “sumisión química” o la escasa duración de sustancias en sangre y tejidos. Y es ahí, no sólo en la reacción sino también en la prevención, donde las estrategias de autodefensa feminista tienen mucho que decir.

Más allá de lo físico, las filosofías de autodefensa contribuyen al autoconocimiento y a la identificación de los diferentes mecanismos de violencia, sumisión y anulación. A veces estos mecanismos son muy sutiles, pero son el sustrato de violencia estructural en que se sustentan las expresiones de violencia más brutales, como el feminicidio o la violación sexual. Pasan por la descalificación, la desacreditación, el aislamiento, la inducción al error, la burla o el silencio forzado. Cuando el ser que infringe violencia es un ser cercano, separar la violencia de otras actitudes (compasión, seducción, apego, etc.) puede tornarse complicado. Por ello nombrar es una de las primeras acciones para identificar y comenzar a parar o transformar estas violencias, y quizá, incluso, descubrir a través de qué mecanismos esta violencia puede estar siendo incorporada y reproducida por la persona violentada. Nombrar para desalambrar y construir relaciones más libres, enriquecedoras y recíprocas.

Hay muchas maneras de descubrir las violencias sutiles que se esconden tras lo cotidiano, puede ser a través de la observación, pero también puede ser, como en la novela de Lemaitre, una revelación de los instintos: este libro, como buen thriller, da un giro cuando la protagonista toma, casi por azar, conciencia súbita de lo sucedido. Y, sin embargo, queda claro que si el entorno de la protagonista hubiera tenido una educación emocional que le hubiera permitido identificar la rareza de su progresivo aislamiento, la protagonista no habría llegado al extremo vívido. Cada vez que la protagonista del libro de Lemaitre sufría nuevos ataques que la orillaban al consumo obsesivo de cigarrillos en el alfeizar más y más estrecho de la ventana, se hacían para el lector más evidentes los mecanismos del acoso: una violencia que despoja de los reflejos innatos, una falta de educación socio-afectiva y una concepción inequitativa – pero muy anclada – de los derechos y un entorno indiferente; cómo la pérdida de confianza en las sensaciones y la filosofía de la indiferencia lleva a la destrucción.

Por ello, en una sociedad hiperetésica e hiperestimulada en la que las mujeres estamos alentadas a ser pasivas y a pensar más en cómo nos vemos que en cómo nos sentimos, es vital aprender cómo reacciona nuestro cuerpo ante estímulos externos. El miedo, sensación que incrementa la liberación de cortisol y adrenalina por parte de nuestras glándulas suprarrenales, es una de estas reacciones. Tomar conciencia de cómo este se ancla y expresa en nuestros músculos, huesos, órganos y sentidos y se adhiere nuestra memoria corporal íntima, nos puede ayudar a descongelar las coacciones incorporadas durante siglos de educación represiva, ser más conscientes y generar las capacidades de respuesta necesarias para identificar y prevenir el acoso físico, psicológico y moral.

[1] EMCDDA (2007), Sexual assault facilitated by drugs or alcohol. Disponible en: http://www.emcdda.europa.eu/attachements.cfm/att_50544_EN_TDS_sexual_assault.pdf

Inés Giménez Delgado es periodista e investigadora, especializada en temas de género, ecología política, política de drogas y migración.

** Ilustración de cabecera de Alina Zarekaite.

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