¿Por qué, a pesar de estar expuestas a las sustancias igual que los hombres, son menos las mujeres que deciden consumir? ¿Por qué, las que consumen, suelen hacerlo de manera menos problemática? Tras décadas en las que lo único que preocupaba de las mujeres usuarias de drogas era los efectos que el consumo pudiera tener en sus hijos e hijas, lo que ahora sabemos del uso de drogas entre mujeres todavía es escaso. En los últimos años, ante la demanda de atención y tratamiento, se ha intentando dar respuesta a sus necesidades e intereses, con más o menos acierto. Pero es necesario ir un paso más allá, ampliar el enfoque de las consecuencias del consumo, hacia la relación que las mujeres tienen con las sustancias, también desde experiencias no problemáticas.
Son escasos los estudios que abordan cómo las mujeres tienen interiorizadas, no siempre de manera consciente, estrategias dirigidas a minimizar los posibles efectos indeseados del uso de drogas[1]: consumen menos cantidad, no consumen solas, preparan el consumo con antelación y programan sus dosis. Profundizar en las razones que las motivan a aplicar este tipo de estrategias, conocer detalladamente en qué consisten, analizar cómo no siempre son efectivas y lo que acontece en tales casos, puede contribuir a mejorar la prevención, atención y tratamiento, con el fin de evitar o hacer frente al consumo problemático de sustancias.
Por eso es necesario no obviar la amplia heterogeneidad en las formas de asumir la gestión de riesgos y placeres: puede hablarse de consumo ocasional cuando es controlado y circunstancial, ya sea experimental para conocer la sustancia y sus efectos, o recreativo, es decir, más o menos regular asociado a momentos de ocio. El consumo estable o intensivo, si bien acontece de manera cotidiana y regular, no deriva en problemas asociados. El consumo compulsivo refiere a cuando tal actividad pasa a ser parte central y vertebradora de la vida cotidiana. Estos estadios no deben entenderse en forma de escalada, sino que cada persona pasa de uno a otro indistintamente, según la situación coyuntural en su trayectoria de consumo[2]. Así, muchas personas crean pautas encauzadas a regular la dependencia, evitando precisamente la aparición de problemas asociados[3].
Algo que puede resultar relevante para entender las razones por las que para algunas personas el consumo llega a ser un problema y para otras no, son los factores de riesgo y protección de los que disponen. Se entiende aquí, aquellos atributos individuales y del contexto social y cultural, que aumentan o contribuyen a menguar las posibilidades de iniciar, mantener, incrementar o abandonar el consumo. Tales factores de riesgo y protección interactúan entre sí de manera específica según cada individuo. Sin ser caras opuestas, dado que unos amortiguarán el peso de los otros y que el mismo factor puede actuar de protección o convertirse en situación de riesgo según el contexto[4].
Ser mujer, por ejemplo, debido a los roles sociales asignados tradicionalmente, había sido un factor de protección y lo sigue siendo para determinadas sustancias. No es así con los psicofármacos y otras drogas legales como el tabaco o el alcohol, donde ser mujer ha devenido un factor de riesgo[5]. Parece ser además, que las dinámicas en cuanto a sustancias de uso recreativo están cambiando, y el consumo de las mujeres se asemeja cada vez más al de los hombres, respecto a cantidades e intensidad. De ahí que pueda afirmase que en ambientes de ocio nocturno existe una masculinización del consumo[6]. Hay consenso en afirmar que ellas asumen el consumo, lo gestionan y padecen sus consecuencias de manera muy diferente a los hombres. Tener en cuenta estos factores de riesgo y protección para analizarlos desde una perspectiva de género puede ser muy clarificador, a la hora de entender las diferencias manifiestas entre hombres y mujeres en relación al consumo de sustancias y a su problematización.
Las mujeres han sido socializadas desde lógicas de seguridad, cuidado y prevención. Esto aumenta la percepción de riesgo que tienen en relación a las sustancias ilegales. Son menos mujeres que hombres las que prueban las drogas, cuando lo hacen es de manera más moderada, sus consumos suelen ser más discretos y ocultos, y suelen articular más estrategias de reducción de daños que pueden actuar como factores de protección frente al consumo compulsivo y problemático. Las dosis que utilizan son menores que en el caso de los hombres y en un intervalo temporal mayor; planean más todo el proceso del consumo, adquisición de sustancias, dosis y horarios; suelen consumir por vías menos riesgosas y se detecta en ellas menor policonsumo[7].
Son variados los estudios que en los últimos años se han centrado en visibilizar la especificidad de las mujeres consumidoras en relación a los hombres. Aportando relevante información sobre cómo estas diferencias se manifiestan tanto en el inicio, el mantenimiento, la entrada a tratamiento o el cese del consumo[8]. Aun así, casi todas estas investigaciones se basan fundamentalmente en la información de mujeres que, o bien están en tratamiento, o en etapas de consumo problemático o compulsivo, vinculadas a programas o centros de reducción de daños. Las mujeres que no están en semejantes etapas de consumo son muy reacias a recurrir a recursos específicos de atención a drogodependencias, por el miedo al etiquetaje y la estigmatización que la simple entrada en estos espacios supone. Tal situación, que también se da entre los hombres, en las mujeres presenta algunos agravantes derivados de la doble estigmatización de la que son sujetos y se intensifica en el caso de las madres con hijas e hijos a su cargo por el miedo a perder la custodia[9]. En este sentido, los estudios sobre mujeres usuarias excluyen a las que llevan consumos regulados o que no entran en contacto con servicios especializados. Es evidente la necesidad de ampliar investigación a consumos no inmoderados.
La perspectiva de reducción de daños conlleva una aproximación a las drogas y a su gestión que permite abarcar los diferentes tipos de consumo desde su complejidad. Entre otras cuestiones, se propone trabajar no a partir de la abstinencia, sino desde la gestión del consumo para minimizar las consecuencias negativas que puedan derivarse. Una de las primera estrategias de reducción de daños fue, por un lado, la creación de los programas de intercambio de jeringuillas dirigidos a evitar, entre otras, el contagio de VIH y hepatitis de personas consumidoras de drogas inyectables y, por otro lado, los tratamientos de mantenimiento con metadona dirigidos a evitar el síndrome de abstinencia a la heroína.
En las últimas décadas, empero, se ha mostrado que esta perspectiva puede aplicarse a muchos otros contextos, no asociados necesariamente al consumo problemático. Desde ahí se sitúan colectivos como Energy Control, que además de analizar las sustancias en los propios espacios de consumo recreativo, ofrecen información veraz y consejos sobre su gestión. Recientemente publicó Mujer y Drogas, fruto de una investigación orientada a la acción en la que participaron alrededor de 600 mujeres. Este librillo, con ilustraciones excepcionales, empieza a llenar un gran vacío, en cuanto a reducción de daños en ambientes de fiesta, que atienda la especificidad de las mujeres, partiendo de sus propias experiencias e intereses.
También en el marco de ocio nocturno, el Observatorio Noctámbul@s aborda la relación entre el consumo de drogas, el acoso y los abusos sexuales. En su último informe destaca que se continúa considerando la sustancia como el detonante de la violencia sexual. Esta visión refleja el tan arraigado discurso de la guerra contra las drogas, que sitúa la raíz del problema en la sustancia y no en sus causas estructurales, lo que de pasada exonera al agresor de toda responsabilidad. Como si la ideología machista que sustenta su actitud fuera a desvanecerse con la borrachera. Una vez más se impone el mensaje de la falta de voluntad de algunos hombres ante el control de sus instintos, especialmente cuando encuentran la disculpa de estar bajo los efectos de las sustancias. Mientras para las mujeres aquello de ten cuidado, la noche no te pertenece, sigue siendo de un vigor alarmante.
Teniendo en cuenta que ellas se relacionan con las sustancias de manera más cautelosa que los hombres y poniendo en marcha mecanismos de protección no sólo hacia los problemas derivados del consumo, también hacia entornos en los que el consumo ocupa especial protagonismo, parece razonable buscar claves en sus experiencias que contribuyan a profundizar en estrategias propias de la reducción de daños.
El pasado mes de febrero se presentó en Barcelona REMA, la primera Red Estatal de Mujeres Antiprohibicionistas, que inauguró sus actividades con el I Encuentro de Mujeres Cannábicas. Una brecha hacia el empoderamiento de las mujeres usuarias y su visibilidad no sólo para mejorar su atención, también para redefinir políticas de drogas que incluyan sus vivencias y conocimientos.
[1] Rekalde y Vilches (2005) Drogas de ocio y perspectiva de género en la CAPV. Vitoria-Gazteiz: Observatorio Vasco de Drogodependencias, Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco.
[2] Son varios los autores que apuntan la necesidad de diferenciar patrones o estadios de consumo: Zimberg, N. (1984) Drug, Set and Setting: The Basis for Controlled Intoxicant Use. New Haven-Londres: Yale University Press; Harding, G. (1988) “Patterns of Heroin Use: What Do We Know” en British Journal of Addiction nª83, pp. 1247-54; Faupel, C. (1991) Shooting Dope, Career Patterns of Hard Core Drug Users. Gainsville: University of Florida Press; Organización Mundial de la Salud–OMS (1994) Glosario de términos de alcohol y drogas.
[3] Carnwath, T. y Smith, I. (2006) El siglo de la heroína. España: Ed. Medusina; Escohotado A. (2005) Aprendiendo de las drogas. Usos y abusos, prejuicios y desafíos. Barcelona: Anagrama; Meneses, C. op. cit.
[4] Alonso C. et. al. (2004) Prevención de la A a la Z. Glosario sobre prevención del abuso de drogas. Madrid: Centro de Estudios sobre Promoción de la Salud (CEPS); Becoña. E. (2002) Bases científicas de la prevención de las drogodependencias. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas, Ministerio del Interior.
[5] Aristegi, E. y Urbano, A. (2004) La mujer drogodependiente. Especificidad de género y factores asociados. Bilbao: Instituto Deusto de Drogodependencias, Universidad de Deusto; Castaños, M., et. al. (2007) Intervención en drogodependencias con enfoque de género. Madrid: Instituto de la Mujer; UNODC, op. cit.
[6] Noctámbulas (2015) Informe 2014/2015 en http://www.fsyc.org/malva/wp-content/uploads/Informe-Noctambulas-2014-2015.pdf
[7] Rekalde y Vilches, op. cit.; Meneses, C. op. cit
[8] Romo, N. (2001) Mujeres y drogas de síntesis. Tercera prensa-Hirugarren Prensa; Meneses, C. (2001) Mujer y heroína. Un estudio antropológico de la heroinomanía femenina. Tesis doctoral, Departamento de Antropología y Trabajo Social, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Universidad de Granada; Martínez, P. (2009) Extrañándonos de lo “normal”. Reflexiones feministas para la intervención con mujeres drogodependientes. Madrid: Ed. Horas y Horas. Aristegi, E. y Urbano, A., op. cit.; Castaños, M., et. al. , op. cit
[9] UNODC, , op. cit.; Martínez, , op. cit.; Rekalde y Vildes, , op. cit.